DONDE HAY FE NO HAY MIEDO. MENSAJE DE LA MAESTRA KWAN YIN
Donde hay fe está la fuerza y el poder divino trabajando alrededor, porque la fe es la fuerza que conecta al ser con todo su poder interior, la fe es la puerta que da paso a la Divina Presencia en el hombre.
Podría verse alguien de pronto envuelto completamente entre nieblas. Agobiado por los horrores de los vicios o por el peso de sus pecados. Sumido completamente en la más espantosa degradación humana, pero mientras su corazón sienta y su mente pueda murmurar para llamar a Dios. Esa fuerza lo levantaría de entre los escombros de su vida, para situarlo en el más alto pedestal de la dignidad humana, porque no hay hombre más digno de vivir una vida, que aquél que es movido por la fe de Dios.
Qué importa todo lo que haya pasado antes. Qué importa la calidad moral de un pasado, si de pronto, nuestra puerta se abre para dar paso a la presencia de Dios. La fe es un bálsamo bendito que libera de sufrimientos a la persona que la profesa. La fe es la cura milagrosa para los dolores del pasado y abre los ojos para un porvenir glorioso.
Dios es la presencia omnipotente permanentemente presente en todo ser, y es el hombre el único capaz de accionar esa energía, porque la fe no viene de afuera. Podrán escuchar mil discursos llenos de amor, podrán asistir a mil iglesias en donde se hable del Señor. Podrán clamar mil veces por la ayuda para despertar esa fe, pero siempre al final cada quien deberá hacerlo solo.
Esa fe es la que nace del corazón, la que nace de ese encuentro solitario e íntimo que el ser experimenta cuando cerrando sus ojos y apretando sus manos contra el pecho, reconoce que su vida puede mejorar y debe mejorar; reconoce que su existencia es debida a un magnífico poder que mueve los mundos y dirige la evolución de todas las criaturas.
Esa fe nace de reconocerse fruto
Hijo bendito de una manifestación incomprendida, inconmensurable y omnipresente. Esa es la fe que mueve montañas, las montañas de iniquidad, las montañas de dolores. Las montañas de recuerdos, las montañas de rencores, esa fe que nos permite dejar en paz a todos aquellos que nos han lastimado.
Esa fe que nos abre los ojos hacia un futuro prometedor y nos quitas las manos de nuestro propio cuerpo para llevarlas hacia una vida creativa y útil. Esa es la fe que elimina los sentimientos de autoconmiseración, para convertirlos en una eterna alabanza a ese Rey de Reyes.