COSAS QUE NUNCA DEBES ROMPER

LAS 3 COSAS QUE NUNCA DEBES ROMPER

Hay tres cosas que no debes romper: la confianza, una promesa y un corazón. Si lo pensamos bien, pocas dimensiones son tan valiosas en la vida. Gracias a ellas logramos avanzar por nuestros devenires con más soltura y seguridad al sentirnos parte de un proyecto, parte de alguien. Son esos pilares que en caso de derrumbarse, nos dejan más vulnerables que nunca…

Algo que a menudo comentan los psicólogos sociales e incluso los sociólogos es que en la actualidad, son muchas las personas que se relacionan con las demás bajo lo que se conoce como modelo de mitigación del riesgo. Es decir, hay quien evita profundizar demasiado en sus relaciones personales y afectivas con el fin de no ser herido, de experimentar decepciones, frustraciones y algún que otro desengaño.

Ese “ahorro” de energía emocional, esa contención afectiva propicia vínculos de escasa calidad humana, relaciones reciclables que van y vienen o que se mantienen en un estrato de frívola superficialidad. Con ello, claro está, se mitiga el riesgo de ser heridos en algún instante al construir lazos de lo más inocuos con sabor a sucedáneo de felicidad. Sin embargo ¿de verdad vale la pena vivir en esa gélida antesala donde no permitir que nada auténtico germine o acontezca?
Un aspecto que no podemos perder de vista es el hecho de que cada uno de nosotros estamos “programados” genéticamente para confiar en los demás. Es algo que necesitamos, y lo necesitamos con todas nuestras fuerzas porque en cierto modo nuestra supervivencia ha dependido siempre de cada uno de esos individuos que conforman nuestro grupo social más próximo.
Nadie gana si vive de forma constante desconfiando de los demás. Se gana desplegando recursos, energía e intenciones, siendo emocionalmente valientes, movilizando apertura, actitud positiva y teniendo claro que hay tres aspectos que no deben vulnerarse ni romperse: la confianza, las promesas y los corazones.

Cosas que no debes romper, cosas que valen mucho más que el dinero

La reparación de la confianza perdida es uno de los esfuerzos más complejos, delicados y desafiantes que puede vivir el ser humano. De niños nos enseñan, a la mayoría, que hay ciertas cosas que no debemos romper porque cuestan dinero, porque tienen muchos años y son irreemplazables o sencillamente, porque aquello que se estropea, fragmenta o se parte por la mitad ya no puede utilizarse de nuevo.

Rara vez nos hacen saber que hay otras cosas que a pesar de no poder verse ni tocarse, se rompen con más frecuencia. Es más, hay dimensiones invisibles que se fragmentan como los huesos de nuestro cuerpo y que curiosamente, tardan mucho más en sanar. Hablamos cómo no de la confianza, de las promesas, del respeto y el afecto que se inscribe en el corazón de las personas que apreciamos.
En ocasiones, la mirada infantil aprende tempranamente a descuidar estos presentes valiosos porque sus propios padres los descuidan con ellos. Porque alimentar a los niños con promesas que más tarde no se cumplen deja huella. Porque crecer sin contar en ningún momento con una confianza real de los propios progenitores deja una mella permanente. Asimismo, que sean los nuestros quienes nos rompan el corazón de las formas más elementales, como puede ser la falta de atención, perfila nuestro estilo comportamental y relacional en gran parte de los casos.

Esas cosas que no debes romper te permiten invertir en tu propio bienestar

En la actualidad hay muchos aspectos sobre nuestro cerebro que aún no entendemos. Uno de ellos es la variabilidad que existe a la hora de afrontar un trauma. Hay quien desarrolla un estado de indefensión permanente, una suerte de estrés crónico donde rara vez se logran construir vínculos fuertes y felices con otras personas. Otros, en cambio aplican una actitud ante la vida que los sitúa en ese nivel de humanidad, de excelencia emocional, del que todos deberíamos aprender.
Hay quien en el pasado se vio a sí mismo perdido a la deriva en compañía de sus pedazos rotos. A día de hoy, y aún estando fragmentado, sabe que solo quienes ofrecen la más valiente confianza a los demás son dignos de confiar. Son esas personas que jamás se olvidan de sus promesas, quienes las mantienen ante vientos y mareas porque saben bien cómo duelen las traiciones.

Esas personalidades resilientes a la vez que luminosas son también quienes entienden lo precioso que es un corazón. Pero tampoco olvidan lo frágil que resulta a veces, lo temeroso que es cuando los afectos no son firmes, cuando se le alimenta con mentiras, con dudas, con manipulaciones y camufladas traiciones.
Esas cosas que no debes romper son por tanto las mismas que te permitirán tener una vida con mayor sentido y dignidad. Porque quien da merece recibir, porque quien habla el lenguaje de la confianza, comprende el sentido de las promesas y sabe escuchar el sonido de los corazones ajenos sin dañarlos. Así, es merecedor de los mismos derechos, de los mismos regalos. Esos que contribuyen a la construcción de una realidad más respetuosa y ante todo, feliz.

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